La artista transdiciplinaria Mariangela Aponte Núñez (*), amiga de Econtinuidad, viene de publicar este mes de agosto, en el número 19 de la revista digital Cantiere (**), un artículo donde aborda la creación de biomateriales, en particular los provenientes de las pieles de frutas por ser la experiencia que le ha suscitado mayor interés dentro de los varios procesos que lleva a cabo.
El 2020 está siendo un año de grandes transformaciones y del despertar de la consciencia en medio de la confusión. Varias iniciativas desde el 2016 venían instigándome a emprender acciones sustentables en mi vida cotidiana integrándolas a mis prácticas artísticas. La reflexión medioambiental, social y política toma un rol importante en mis metodologías de experimentación, reflexión y análisis, así también mi trabajo como educadora de la Universidad Icesi para la clase Diseño y Sociedad; sin embargo serían concretamente las experiencias vividas en el Rebirth Forum Habana “Geografías de la Transformación” en el 2016, 2017 y 2018, en los encuentros virtuales durante la cuarentena junto a los biohuertos educativos de Econtinuidad1 y el Ecobarrio San Antonio2, cuyos vecinos me han acogido, las que me han motivado aún más a materializar 4 acciones concretas desde el activismo de la vida cotidiana como “sempreviva” y son: consciencia en la alimentación a través de la búsqueda de alimentos locales y orgánicos, gestión de residuos orgánicos y no orgánicos en casa con apoyo de una lombricompostera, instalación de una huerta casera y experimentación de nuevas materialidades orgánicas para la creación artística. Sobre estas experiencias abordaré principalmente la creación de biomateriales, específicamente el caso de las pieles de frutas por ser la experiencia que me ha despertado mayor interés dentro de los varios procesos que llevo al tiempo.
Hoy escapar del plástico es casi impensable, este material con todas sus derivaciones, que transformó por completo nuestra sociedad en el siglo xx y sin el que no dispondríamos de los dispositivos de comunicación que nos conectan hoy, inunda los ríos y los mares viajando por ejemplo desde las costas orientales asiáticas a las costas occidentales suramericanas. Considerar la vida de los materiales, de los objetos y de toda creación en los ámbitos del arte y el diseño es sobre todo pensar en el después de su vida útil, en un tiempo en el que los plásticos de un solo uso son los más difíciles de reciclar y los que se erigen como montañas y se extienden como sopas de basura en todas las superficies del planeta incluidas las entrañas de los peces. En la familia de los plásticos, conocidos también como polímeros, existen aquellos creados industrialmente y otros presentes en la naturaleza como es el caso del almidón que se encuentra en la fécula de maíz, uno de los alimentos más emblemáticos de América. Hoy en día existen distintas iniciativas que buscan reemplazar con este tipo de compuestos naturales a los plásticos industriales de un solo uso, en mi caso me ha fascinado su capacidad plástica, valga la redundancia, para la expresión artística.
Cuando mi lombricospostera se llenó de residuos y no tuve más plantas qué alimentar pensé ¿qué otras cosas podría hacer transformando la materia orgánica excedente de mi cocina? y fue entonces cuando descubrí la potencia de la creación de biopolímeros que además tendrán una desintegración más amable con el medio ambiente. Mi cocina y por extensión mi casa se convirtieron en un laboratorio biológico, químico y físico para la observación y la transformación de materias orgánicas. Cultivos de hongos de kombucha, kéfir de agua o leche, yogur casero, micelio, vegetales, frutas y yo, como humana trabajando simbióticamente en la transformación de la materia orgánica, con procesos en los que los sentidos y la paciencia activan constantemente el conocimiento a partir de la experiencia.
Así nace el relato en el que un día mi madre trae a mi casa un racimo de plátanos directamente de su patio, una planta sembrada por mi abuela, a la que no se le aplican pesticidas y que he visto varias veces crecer. Con esa planta que es alimento también descubro en mi taller la materia prima para la experimentación en tiempos pandémicos, el siempre sueño de integrar todos los procesos creativos a las esferas de la vida cotidiana ha sido posible justo en estos momentos tan confusos. La guía de Ana Laura Cantera de Mycocrea3 y el FungiFest4 en Chile han sido fundamentales pues se trata de una preparación que se debe mejorar al ojo como una receta personal, hacer propio el proceso y darle los matices deseados. Afloró pues la piel del banano, como llamamos al plátano en Colombia y luego este trópico puso en bandeja un maravilloso universo de olores, sabores y texturas: guayaba, piña, aguacate, coco, mango.
Recientemente visité el cultivo de piña de mi amigo Christian Velázquez5 a las afueras de Cali y probamos hacer pieles directamente en el territorio entendiendo que la tierra nos da todos los insumos para alimentar el cuerpo y el espíritu creativo. En esta comunicación táctil se extiende Demoderma6, el pueblo-piel, del griego demos, pueblo y derma, piel, conectados en la derma para hacernos comunidad sensible y consciente de nuestra existencia en la Tierra. Al pueblo-piel puedes descubrirlo en tu cocina si te animas a tocarlo y a veces sabe a piña colada.
1. Ver https://econtinuidad.org/el-biohuerto-familiar-de-maria-angela-aponte-en-colombia-un-buen-inicio/ recuperado el 19/07/2020
2. Ver https://ecosanantonio.co/archivos/ recuperado el 19/07/2020
3. Ver https://www.mycocrea.com/ recuperado el 19/07/2020
4. Ver https://www.instagram.com/fungifest/ recuperado el 19/07/2020
5. Ver http://christianvelasquez.com/ recuperado el 19/07/2020 6. Ver https://www.instagram.com/demoderma/ recuperado el 19/07/2020
(*) Foto: mariangelaaponte.com
(**) Publicación de la Citadellarte – Fundación Pistoletto y Embajada Rebirth / Tercer Paraiso Cuba
¡SÍGUENOS EN NUESTRA REDES SOCIALES!